¿Cómo amaneció? Solían preguntarnos en la mañana. Conforme pasaban los días aprendimos a responder con un “más o menos”. Frijoles, arroz, tortitas de maíz y cuajada, los mismos alimentos básicos, combinados de múltiples formas. Frutas y verduras. Con suerte un día había huevos, o la gallina que habían traído a la mañana, degollada y a medio desplumar. La Yaya cocina estupendo en su cocina de barro. Por allí, por ese comedor improvisado, iba pasando gente en busca de su ración. Se sentaban un ratito, nos observaban. Seguramente la jovialidad occidental les agradaba, incluso les sorprendía.
Siguiente tarea, la espera. Podíamos pasar horas en la mecedora, viendo pasar el tiempo, despacito. Platicando. Gente que va y viene y nos deleita con sus historias. Duras historias a las que no es fácil quitarles hierro. Asentimos con la cabeza, un gesto que se adquiere desde el primer día, porque aquí lo importante es escuchar, aprender, sentir. A veces, con suerte, la espera era tan corta que se nos solapaban las actividades. Es lo que tiene la improvisación, el dejarse llevar. Ahora acá, ahora allá, sin prisa y con pausa.
Subimos en la camioneta. Nunca sabes lo que te deparará el viaje. Éramos 7 cuando empezamos, ahora somos 15. Se me inundan los pulmones de aire de libertad. Se me llenan los ojos con la inmensidad del paisaje. Agárrate que viene bache. Agáchate que viene rama. Hemos tenido suerte, el camino no está embarrado. Es más, lo están adoquinando. Ya hemos llegado, con un moratón más, pero a salvo.
Cuántas cosas en poco tiempo. Cuántas vivencias. Cuántos cafés de puchero, compartidos, uno tras otro. Jugos, Rojitas y Toñas. Cuántas historias, cuántas peticiones, cartitas y revisiones, conclusiones. Sonrisas y saludos. Actos, eventos y reuniones. Conversaciones a veces intraducibles, incomprensibles, insostenibles. La vida acá se mide con otro baremo.
La sensación a la vuelta es extraña. Medio llena, medio vacía. Escucho en mi interior esa voz que me dice… Vuelve. Va pues!
Siguiente tarea, la espera. Podíamos pasar horas en la mecedora, viendo pasar el tiempo, despacito. Platicando. Gente que va y viene y nos deleita con sus historias. Duras historias a las que no es fácil quitarles hierro. Asentimos con la cabeza, un gesto que se adquiere desde el primer día, porque aquí lo importante es escuchar, aprender, sentir. A veces, con suerte, la espera era tan corta que se nos solapaban las actividades. Es lo que tiene la improvisación, el dejarse llevar. Ahora acá, ahora allá, sin prisa y con pausa.
Subimos en la camioneta. Nunca sabes lo que te deparará el viaje. Éramos 7 cuando empezamos, ahora somos 15. Se me inundan los pulmones de aire de libertad. Se me llenan los ojos con la inmensidad del paisaje. Agárrate que viene bache. Agáchate que viene rama. Hemos tenido suerte, el camino no está embarrado. Es más, lo están adoquinando. Ya hemos llegado, con un moratón más, pero a salvo.
Cuántas cosas en poco tiempo. Cuántas vivencias. Cuántos cafés de puchero, compartidos, uno tras otro. Jugos, Rojitas y Toñas. Cuántas historias, cuántas peticiones, cartitas y revisiones, conclusiones. Sonrisas y saludos. Actos, eventos y reuniones. Conversaciones a veces intraducibles, incomprensibles, insostenibles. La vida acá se mide con otro baremo.
La sensación a la vuelta es extraña. Medio llena, medio vacía. Escucho en mi interior esa voz que me dice… Vuelve. Va pues!
2 comentarios:
Cuantos recuerdos me traen tus palabras, me vienen a la mente caras, olores pero sobre todo esa sensación de observarlo todo, con tiempo (porque allí las prisas...), conocer otras realidades pero no como turistas, intentar comprender, empaparse.
Y a la vuelta, reubicarse mirar la vida con un matiz nuevo en los ojos, relativizar y sacar fuerzas para nuestras pequeñas batallas diarias, que son de otra guerra.
Que bien lo cuentas y que bonito, me das mucha envidia.
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