El día estaba tonto. Uno de esos en los que ahora lluevo un rato, ahora no. Elegimos* el Cine Eliseos por el horario. Pero no la podríamos haber visto en un marco mejor. Ni en una sesión más apropiada, rodeados de toda la “muchachada”. Mucho bastón, mucha laca. Iniciados en el "estilo Haneke" temíamos acabar con el estado de ánimo por los suelos y sobre todo, preveíamos el horror en las caras del público que nos rodeaba a la salida. Al fin y al cabo muchos de ellos andaban en la misma edad que la pareja protagonista: unos franceses muy finos y educados, septuagenarios que aprovechan al máximo sus días de retiro.
Y se apagaron las luces y vimos la película.
Yo nunca me he planteado el tema de la vejez. Yo tampoco demasiado. Bueno, no más allá de ver como mis padres avanzan hacía un punto lejano en el horizonte y chapotean inmersos en ella. Supongo que creo tener tantos problemas que de momento este tiene que esperar a la cola. La película no nos incomodó tanto como otras del mismo director, que aquí sigue fiel a su estilo, frío, impenetrable, descarnado, un cine de bisturí y distancia. Pero estamos ante su película más accesible, más blanca. Sin ser para todos los públicos. Según las señoras que teníamos sentadas detrás: lenta, triste y lenta. Nos sabiendo si más cerca de ser lenta y triste o triste y lenta. Y así hasta que alguien les chisto para que se callarán.
Una peli de amor. De amor a la vida. A la cotidaniedad. Al hacerse con nuevas rutinas. Un amor pausado, con algunas respuestas pero rodeado de preguntas. Dónde queda la diginidad, qué es hoy en día la soledad, cómo se aprende a gestionar el final... ronronean en nuestra cabeza. Una película de AMOR con mayúsculas en la que no recordamos haber visto ni un sólo beso. Eso, sin beso.
Yo ahora ya tengo varios miedos nuevos. Sí yo uno pequeñito a no tener un George al lado para cuando llegue el momento en el que el piano solo sirva para poner alguna planta y marcos de fotos de otras épocas. Y uno grande a dejar de ser, antes que a dejar de existir. Sabes ahora friego en la cocina con miedo (pero con el grifo cerrado), me detengo y hago oreja, y menos mal que no suena desde la habitación esa letanía... ¡duele! ¡duele! ¡duele!. ¿Tú que harías?.
*Cronica sentimental que no cinematográfica hecha a medias con @lmoncampos para Join magazine