Es jueves, es de noche. Conduzco el coche de Joaquín, abro la puerta del garaje y bajo la rampa. Me encuentro a un señor, mediana edad, con patines en línea, casco y rodilleras. Llego a la plaza de garaje y mientras salgo del coche, veo pasar al señor recorriendo el pasillo central del parquing. Después aparece por uno de los laterales y enfila hacia el último pasillo, donde la oscuridad lo engulle desapareciendo de mi vista. Cierro el coche y me dirijo al ascensor. Es en el momento en el que se abren las puertas cuando caigo en la cuenta de lo extraño que es todo. Que haya un señor patinando en el garaje y que no me haya extrañado su presencia hasta ese mismo momento. Pulso en número dos. Abro la puerta, ya estoy en casa.
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