San Valentín, un día que de primeras ni fu ni fa, pero que con un concierto de Lorena Álvarez y su Banda Municipal programado a pocos kilómetros de casa y a pesar del resfriado... estaba marcado con rojo pasión en mi agenda. A los que os tengo cerca ya os he dado la brasa con este grupito pero para los que no, no se muy bien como presentárosla. Para muchos no es más que la última extravagancia del moderno, anteriormente conocido como gafapasta y ahora tan hipster. No seré yo quién lo niegue. Pero tampoco me quedaré sin decir que lo que está haciendo esta chica con el folk patrio, es algo que poca gente se ha atrevido a hacer y que desde luego… hacía falta. Que no es otra cosa que mirar la tradición sin complejos y meterle un poco de mano a las letras (que estamos aún a principio de siglo y si no me crees solo tienes que cruzarte en algún zaping los domingos por la tortura de Dándolo todo jota). Y hacía falta porque nadie había hecho canciones como La boda o Sin título en las que bajo su apariencia de música popular tradicional, desgrana situaciones y dilemas contemporáneos. Ahí queda ese verso suelto “dijiste que aguantarías y te corriste”, llamado a ser icónico y dar fé de ello. Aviso para navegantes, no es Eliseo Parra.
Eres tan tonta, eres tan lista… así daba comienzo el concierto en una sala casi vacía y uno no puede evitar preguntarse donde están esos seguidores de los abanderados de la innovación en la jota aragonesa (véase Carmen Paris, Miguel Ángel Berna, Roberto Ciria…). Pero bueno, los que estábamos disfrutamos de lo lindo a pesar de que Lorena tenía la voz tomada y de que unos coros femeninos no le hubiesen hecho ningún mal. El concierto repasó su único disco Anónimo, single y maqueta precedente incluidos. Un cancionero tan alegre e irónico como desigual, que se nos ofreció salpicado de comentarios nerviosos, confesiones estemporeas (me he echado novio) e invitaciones al público para que participase: bailando cantando o tocando las pezuñas de cabra. Unos comentarios que se fueron apaciguando a base de tragos a morro de la socorrida botella de anís, que esa sirvió para todo. Casi al final de la actuación se sentaron a pies del exiguo escenario y como si de una velada (trasnochada palabra) entre amigos se tratase, sonó la delicada Mejor Acompañado. Fue en ese preciso momento, entre los sha, la, la, la, las y los silbidos cuando tuve la sensación de estar ante una gira seminal. Algunos de los festivales más avispados del momento ya lo han olido, otros ni aunque les caiga la mierda encima. Unos conciertos de los que dentro de unos años alguien hablará como el principio de algo. Ojalá quede en este país un ápice de cordura musical para que así sea.
Tuvo la osadía de cerrar con un pasodoble de Manolo Escobar, uno que solo se sabe a medias (en esto se parece a alguna que yo me sé). Desde luego pocos prejuicios a la hora de abordar el cancionero y desparpajo le sobra a la chavala.
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