Éramos tres en casa y decidimos abrir un blog. Incluso pensamos en ser muchos más y dimos voces a otros. Habíamos tenido muchas casas antes y hemos tenido unas cuantas separados después. Tantas que hemos perdido el dichoso tupper en alguno de los traslados. También había una perra, una perra alfombra que reposaba al fondo del pasillo. En aquella época pensaba que Bowie era Dios. Ahora aún lo pienso. Teníamos algún Internet de pincho que compartíamos en ocasiones y teníamos controlados los lugares con wifi gratis en la ciudad. Todavía no sabíamos nada de piratearlas. Vosotras ya apuntabais maneras de geeks, desarrollasteis pronto el amor por la cacharrería y explorar los límites de la 2.0 yo (como ahora) iba repatingao en el vagón de cola.
En esos momentos no pensaba mucho en la vida. Me dejaba llevar y cada semana solía traer alguna sorpresa. Me gustaba ver caer la nieve. Los amaneceres en la carretera. Pensar que era dueño de mi destino y que la felicidad podía estar detrás de cualquier curva. Dormía en muchas casas y tenía facilidad para rodearme de las mejores compañías. No es que haya perdido ese don, simplemente ahora en muchas ocasiones me puede la pereza.
Ahora que "la literatura blogger ha muerto” la vida ha cambiado mucho. Hemos tenido de todo, raticos buenos y otros malos, la felicidad al fin y al cabo son sólo fogonazos. La perra ya no está con nosotros. No ha sido la única pérdida. Mucho de esto lo hemos contado por aquí. Aún así yo me quedo con lo bueno, con ese bautizo en Arguís, con pensar que hay alguien que te entiende aunque sólo sea detrás de la pantalla, con aventurillas inconfesables e inumerbales ratos de compañía. Hay amores que se crean pero no se destruyen. Somos algo así como una extraña familia. Elegida en un momento y asumida ya ahora. Sabemos que todo lo que comienza tiene un fin y quien sabe si el de este blog, no hay llegado ahora. Fue bonito. Duró.