viernes, 26 de febrero de 2010

Valdespartera lovers


Los coches que pasaban por la rotonda no reparaban en ellos, tenían difícil competir con el derroche de watios que siempre supone una feria. Al principio eran solo dos siluetas recortadas entre los monstruosos bloques de otra protección oficial sobrevalorada. Pero cuando paré el coche entraron en foco, ahí estaban, delante del paso de cebra sin percatarse de que el semáforo les pedía que pasaran. Se besaban con la urgencia que lo hacen los adolescentes, aislados del mundo en una burbuja en la que seguramente sonaban palabras dulcificadas con tontas terminaciones y un despliegue de caricias a simple vista ya caducadas.

Él se sentía como una estrella de cine mudo, seguro de sí mismo y con una sonrisa irresistible que remataba los surcos que abría su mirada. Ella tenía la certeza de estar haciendo una locura a sus treinta y cinco, que le hubiese gustado hacer a los quince. Nada podía detenerlos. Ni el chándal de tactel rosa con franjas verdes que oportunamente había elegido ponerse ella, ni la chaqueta azul acolchada de rombos que para una ocasión como esta guardaba él. Ellos se besaban, el conductor de mi derecha parecía buscar desesperadamente sintonizar la COPE y el que tenía detrás buscaba desesperadamente algo perdido en lo más profundo de sus fosas nasales. Todos buscando sin ser conscientes que estaban tan cerca los que ya habían encontrado. El semáforo se puso verde, el beso no tenía pinta de terminar y un claxon salido desde el más ruin anonimato me obligo a meter la primera, fijar la vista al frente y acelerar.

martes, 23 de febrero de 2010

Los más importante de Pedro Páramo

Que voy a decir yo de esta novela que no se haya dicho. Pues entonces mejor me callo. Solo que hay que leerla, sobre todo si tu vida pasa por una etapa mejicana, como parece que lo hace últimamente la mía. A alguno de vosotros tal vez no os guste, me consta que mucha gente odia este texto porque le recuerda a sus tiempos de lecturas obligatorias en el instituto, pero como a mi no me obligaron a leer nada… pues no lo he aborrecido. Si tienes edición comentada, deja las explicaciones para luego, para la segunda lectura. Por cierto, un último consejo si tienes el equipo de sonido cerca, dale al play y sube “la voz” a esas rancheras.

”Faltaba mucho para el amanecer. El cielo estaba llleno de estrellas, gordas, hinchadas de tanta noche. La luna había salido un rato y luego se había ido. Era una de esas lunas tristes que nadie mira, a las que nadie hace caso. Estuvo un rato allí desfigurada, sin dar ninguna luz, y después fue a esconderse detrás de los cerros."

viernes, 19 de febrero de 2010

Pequeñas alegrías


"Os falta la fe", clama la Iglesia; "Os falta el arte", clama Avenarius. Es posible. Pero entiendo que nos falta ante todo alegría.

Herman Hesse. "Pequeñas alegrías"

Miro por la ventana desde la mesa del despacho improvisado que me he montado en la cocina del hogar familiar. Me distraigo con facilidad cuando salgo de mi espacio habitual. Las inclemencias meteorológicas marcan el día a día del lugar. Es curioso, nieva y hace sol. El viento mece las ramas del árbol del tiempo, ese que según la estación del año nos indica el ritmo de la vida, impertérrito frente a la ventana. Detrás el río baja cargado de energía. Abro la ventana, respiro hondo, y disfruto de mi privilegiado momento en soledad. Un poquito de paz en esta ajetreada vida que llevamos. En breves volverá la alegría del hogar, las risas y los comentarios jocosos, los dibujos animados y el hula-hop. Disfrutaré también de ello, de los míos, de mis niñas. It’s my life. Y volverá a hacerse la oscuridad, y el frío. La Raca se aproxima y probablemente mañana nos despertemos rodeados del preciado manto blanco. Pero yo hoy, por un instante, por una vida, habré sido feliz.

viernes, 12 de febrero de 2010

Animal Cultural

Revolviendo entre archivadores en la búsqueda del documento estrella que ponga fin a mis divagaciones laborales de la semana, me topo con el viejo dossier de ese sueño a medio cumplir que fue pansinsal. Toda una declaración de intenciones pasadas por agua. Aunque el tiempo apremie, no puedo evitar entretenerme ojeándolo. Entre otras desustanciadas proclamas, nos gustaba definirnos como “animales culturales por naturaleza” (y de naturaleza desértica). Como decía ojal-a hace algunos post “como hemos cambiado sin cambiar nada”.  Porque si me pongo a revisar la agenda, llevamos un par de semanas que nos hemos echado en el bolsillo una buena cantidad de actos presenciales. Sí, ya sé que hace días que no relato una de esas crónicas detalladas que tanto me van, pero es que no me da la vida para tanto. Hemos pasado un par de veces por el cineclub (gran descubrimiento para las noches de los martes), una americana y una japo (ariga-to!). El merecido premio a nuestros libreros favoritos al son de violín bajo la lluvia. Otra inauguración por su sitio con canapé de pato incluido (y esta vez, revolviendo la basura). Revisión musical en la esperada sesión de Mr. H (y sus “cacharricos”). Fin de temporada chapero (volveremos). Nuestro inicio (también esperado) como aprendices del grabado. Otro conciertico de esos rarunos que te sacan todos los chakras… Y aún hay un par más que se quedaron en intenciones por incompatibilidad horaria y disponibilidad neuronal dudosa. Entretanto siguen surgiendo esos planes lúdico-amistosos que tanto me gustan (con pijama o peluca, me es indiferente). Y por si alguien creía que después de todo esto vivo solo del aire (underground), estudio, trabajo, duermo poco y como mandarinas. No, si un poco animalica ya soy, ya. Aunque estoy pensando en presentarme también como “alegría de la huerta” y/o “estoy como unas maracas”. Porque yo lo valgo. Y punto pelota.

jueves, 11 de febrero de 2010

El Vokswagen Golf rojo de Mamen

Hoy hemos ido al desguace para achatarrar el Volswagen Golf rojo de de Mamen, nos han dado un certificado que hemos utilizado para comprar mi nuevo coche. Ha sido una pequeña odisea este último trayecto, nieve, ventisca, dos ruedas lisas, temperaturas bajo cero... pero ha cumplido como un campeón. A Mamen le ha costado alguna lagrimilla. Mamen es maravillosa. El mundo sería mejor si todos fuéramos un poco Mamen. Y más divertido también.

Y como pequeño homenaje, recupero las palabras que a este mismo coche le dedicábamos (Anele y un servidor) en el nuestro pequeño poemario "Poesía de andar por casa", librito descatalogado (porque nunca se llego a catalogar) y de edición colecionista imposible de encontrar. Veinte años en la carretera han tocado a su fin. Suponemos que ya estará en el cielo de los coches, que digo cielo, en el infierno del motor. Esté donde esté... solo podemos decirle ¡gracias!.


TODOS LOS VOLSWAGEN GOLF ROJOS ME RECUERDAN A MAMEN
En la esquina de la Librería Anónima siempre hay un viejo Volswagen Golf rojo aparcado.
Y se me alegra la tarde cuando paso
y sonrío
y no sé si se nubla o sale el sol, porque no me fijo
y es que todos los Volswagen Golf rojos me recuerdan a Mamen
porque
todos los Renault 6 azules me recuerdan a mi padre
porque
todos los Saab oscuros con su morro feo me recuerdan a Pepo
porque
todos los coches de marca rara con forma de huevo me recuerdan a Fernandito
porque
todos los Citroen ZX llenos de bollos me recuerdan a Mamen, pero esta Mamen es otra y eso, claro, ya sería otro poema.

domingo, 7 de febrero de 2010

Mis torciditos...


Al hilo del post anterior, de los recuerdos y los sabores de ayer, había pensado hacer mención a uno de esos aperitivos que llenaron mi infancia. Los Torciditos de Cheetos. Para aquellos que no los recordéis, eran los de la bolsa azul. Junto a las bolitas y los ganchitos, formaban la serie de Cheetos de Matutano. Eran como los risketos de hoy en día, pero más crujientes, con un sabor a queso característico, y, sobre todo, no te pringaban los dedos de colorante naranja insípido. Pero un día los retiraron, siguiendo algún tipo de estrategia de ventas desaforada, y abandonaron a un público de corta edad totalmente enganchado. Quizá fuera mi primera adicción. No he encontrado mucha información, han sido grandes olvidados en este nuestro país, de esa generación de la EGB y las rodilleras en los pantalones. Alguna referencia de que ahora en algunos lugares americanizados, se conocen como Crunchys, pero ni rastro de la bolsa azul y el ratoncillo que la abanderaba, con un torcidito en la mano a modo de espada de mosquetero del queso.

El caso es que me parece alucinante como nuestra memoria se llena de recuerdos y vivencias, y es capaz de recordar un sabor, un olor, un sonido o una textura y transportarte a otros tiempos en apenas segundos. Estamos acostumbrados a hacerle caso a la vista, pero a veces las apariencias engañan.

Recuerdo tres grandes tareas de mi infancia, de esas que sin saberlo, te empiezan a implicar en las tareas de la vida. La primera era ir a hacer la compra al colmado de al lado de casa, la segunda ir a por leche a la vaquería y la tercera, mis múltiples labores como hortelana. Tareas que realizaba con apenas 6 ó 7 años, en un medio rural en el que podías campar a tus anchas y en el que aparentemente la mayoría de peligros de hoy en día no existía. O no se consideraban peligros, porque formaban parte del aprender a sobrevivir. Supongo que esto puede formar parte de una serie de post, porque este ya me está quedando bastante largo para haberlo empezado hablando de algo tan banal como mis Torciditos...

jueves, 4 de febrero de 2010

Yogur de "perraaaa"


Ando deseoso del mal tiempo. Me gustan estos días de frío, los de viento en la cara. Quedarme en casa sin atisbo de remordimientos. Estoy estudiando pero a la vez perdiendo el tiempo en mis tonterías, a veces doy con cualquier cosa estúpida que me trae a la mente recuerdos, historias, sensaciones del pasado. Se me va. Pierdo la noción del espacio (si es que alguna vez la tuve), un viaje en el tiempo, una visita a la dimensión oscura, un folio en blanco y ningún boli en 1 km. a la redonda… hasta ahora pensaba que los yogures de pera existían exclusivamente en Málaga. Recuerdo llegar los domingos por la noche después de nuestra larga peregrinación cruzando esta España e iluminarse mi cara cuando llegaba a la sección de postres y recogía uno de esos yogures de sabor imposible. Era nuestra recompensa particular, una liturgia idiota tan importante como cualquier otra, esas que nos inventamos un buen días y seguimos, sin saber muy bien porque, a pies juntillas. Hoy he descubierto que no había que llegar hasta Málaga, en el DIA% de al lado de casa (vuelvo a vivir cerca de un DIA%), los tienen. No son los mismos. Pero son de pera al fin y al cabo. Ahí he estado unos minutos con mi carica de imbécil delante de la estantería. Y el tiempo pasaba. Y todo pasa. No hay más que mirar las fechas de caducidad.