España perdió ayer y yo he dormido como un tronco. Madrid
está lleno de gente. La gente está llena de Madrid. Julinchia me enseño su último
artilugio de belleza. Juntos pateamos el barrio de Salamanca y nos reímos de la
puericultura y del gallo kiriko. Lo bien que lo pasamos juntos. Alejandro me llevó a su Verbena y me introdujo
en el kitsch castizo, vermú de grifo, croquetas, pinchos de tortilla y
bocadillo de calamares. Estábamos cerca de la plaza Dos de mayo y todo eran
tatuajes y gafas de concha. Muchos dirán modernidad de postal, pero ojo que también hay borbotones de ideas. Fuimos para la calle la Palma (la banda sonora evidentemente
tenía que ser McEnroe), entre vinos hablamos de todo (Miguel incluido), aunque no de los cervidos.
Ajoblanco fue una de las revistas que me marco el final de la adolescencia, que llegará a la biblioteca del pueblo junto
a El Europeo y Rockedelux era un puerta abierta a otros mundos, que debían andar por ahí fuera. Así que la visita al Conde Duque era obligada. Después esta lo del desayuno en el Museo del Traje, la noche que pase sin dormir y mi vuelta, sobre el papel, al mundo del punk. Pero eso mejor no lo cuento.
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